Por Pedro Mouratian*
Cuando la agresividad propia de los seres humanos se transforma en violencia y sacude las fibras más íntimas de nuestra sociedad, surgen cientos de comentarios, reflexiones o pedidos, que parecen ir en la búsqueda de esa respuesta que nos permita entender el por qué de las cosas o de los acontecimientos que tanto nos conmueven.
Tal vez sean esos momentos donde el miedo se apodera de nosotres y quizás como nunca antes nos ponemos en el lugar del otro. Ese otro u otra que hasta entonces seguramente estuvo invisibilizado/a, y hasta me atrevería a decir catalogado/a de “responsable absoluto” de su propio destino – meritocracia burguesa de por medio -.
Por ello, lo que nos está atravesando como sociedad poco tiene que ver con el rugby, los boliches o los “patovicas”. Ellos en definitiva expresan, en algunos casos, la violencia misma de nuestra sociedad, pero lejos están de tener la centralidad del problema y solo son los emergentes de un pensamiento racista que hoy nos limita y se expresa de diferentes maneras.
Debemos tomar conciencia sobre el rol del racismo como articulador ideológico de los diversos fenómenos discriminatorios sobre los que se sustentan las prácticas de segregación y exclusión en nuestras sociedades.
Debemos comprender a ese racismo presente y alimentado intencionalmente, como la herramienta más exitosa para perpetuar la exclusión y la vulneración de derechos, que al ser cruzada con la problemática de la desigualdad de clase socioeconómica, refuerza la estigmatización de los grupos en situación de pobreza. El racismo es un fenómeno discriminatorio por motivos culturales o étnicos-raciales, pero en nuestras sociedades también está atravesado por las variables de clase y nacionalidad, que profundizan el modelo patriarcal y machista vigente.
Urge romper con los estereotipos asociados a prejuicios que se cimentan en relaciones sociales de poder y sometimiento, actitudes que deben ser interpretadas como intereses políticos y económicos de las sociedades involucradas en esa relación.
En contraposición a este desafío, desde los medios de comunicación hegemónicos intentan, frente a hechos de promovida trascendencia pública, explicaciones que apelan al “sentido común”, teniendo en la construcción de nuestra subjetividad el bien más preciado a alcanzar, y lejos de desalentar pensamientos reaccionarios, promueven un imaginario social que responde a un modelo racista y discriminatorio.
Es necesario asumir una conciencia crítica y descolonizadora de un pensamiento “oficial”, que nos ha limitado en nuestra valorización, en nuestra construcción identitaria y en nuestro desarrollo y crecimiento económico e intelectual.
Se debe procurar deconstruir el viejo paradigma de la preponderancia de unos sobre otros, construido sobre una estructura falaz del concepto de “raza”, que opera como legitimante de la discriminación, para establecer falsas jerarquías entre las personas y la autoafirmación de una cultura dominante sobre las demás.
Por ello, el debate y sanción de una nueva ley antidiscriminatoria serviría de sustento para la puesta en marcha de un nuevo proceso reivindicatorio de los diferentes grupos vulnerados en nuestro país, donde no solo se debería preservar y proteger sus derechos e identidades, sino también vincularlos con la vida social y comunitaria en igualdad y equidad. Políticas públicas que eleven el piso de ciudadanía y que vuelvan a retomar el mandato popular de construir una sociedad sin discriminación, xenofobia ni racismo, con inclusión real y respeto por las diversidades, interpelando y poniendo en tensión este modelo patriarcal, violento y elitista que debemos abortar cuanto antes.
Vuelven los comentarios, las preguntas y las reflexiones, pero ese “sentido común” no parece ni sentido ni comunitario. Tal vez todavía los prejuicios y los estereotipos nos sigan teniendo de rehenes.
*Director del Área Diversidad CEG La Plata