Por Luciana Marchionni*
En el marco de la pandemia por el actual brote de COVID-19, la nueva entidad patológica infecciosa surgida a raíz del reciente coronavirus SARS-CoV-2 pone en alerta al mundo, al tiempo que se desvanecen tesis y antítesis, surgiendo nuevas síntesis. ¿La “Salud” o la “Economía”? ¿Cuál es la prioridad actual? ¿Cuál fue la anterior? ¿Cuál será la futura?
Por lo pronto, conocemos a esta pandemia de manera dinámica. Cómo es el virus, qué grado de virulencia detenta, cómo se transmite, cómo puede prevenirse su contagio, cómo son sus manifestaciones clínicas y quiénes son las y los pacientes de riesgo.
Según lo establecido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), las personas que parecen poseer mayor riesgo de contraer el virus son las y los adultos/as mayores y las que padecen afecciones médicas preexistentes (como hipertensión arterial, enfermedades cardíacas o diabetes) debido a que pueden desarrollar casos graves de la enfermedad con más frecuencia que otras.
Ahora bien, las afecciones médicas preexistentes son enfermedades no transmisibles (ENT), las que tienden a ser de larga duración y resultan de la combinación de factores genéticos, fisiológicos, ambientales y conductuales. Los principales tipos de ENT son las enfermedades cardiovasculares (como los ataques cardíacos y los accidentes cerebrovasculares), el cáncer, las enfermedades respiratorias crónicas (como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica y el asma) y la diabetes.
Éstas se ven favorecidas por factores tales como la urbanización rápida y no planificada, la globalización de modos de vida poco saludables, el envejecimiento de la población, la mala alimentación (las dietas no saludables o malsanas) y la inactividad física, pudiendo manifestarse en forma de tensión arterial elevada, aumento de la glucosa (diabetes), aumento de lípidos en la sangre, y obesidad. Constituyendo casualmente los mismos factores de riesgo establecidos para la nueva enfermedad por coronavirus, COVID-19.
Nuevamente citando a la OMS, en términos de muertes atribuibles, el principal factor de riesgo metabólico es el aumento de la presión arterial (hipertensión) al que se le atribuyen el 19% de las muertes a nivel mundial, seguido por el sobrepeso y la obesidad y el aumento de la glucosa sanguínea.
En el año 2017 la obesidad ha alcanzado proporciones epidémicas a nivel mundial, y cada año mueren, como mínimo, 2,8 millones de personas a causa de ella. Mientras que la obesidad infantil se asocia con una mayor probabilidad de muerte prematura y discapacidad en la edad adulta.
¿Quiénes son los más afectados? La respuesta parece ser siempre la misma, los países subdesarrollados, de ingresos bajos y medios, donde se registran más del 75% (32 millones) de las muertes por ENT. Estas patologías constituyen un obstáculo para el desarrollo de iniciativas de reducción de la pobreza, en particular porque dispararán los gastos familiares por atención sanitaria.
Las personas vulnerables y socialmente desfavorecidas enferman más y mueren antes que las personas de mayor posición social, sobre todo porque corren un mayor riesgo de exposición a productos nocivos, como el tabaco, acceden con facilidad a alimentos de bajo valor nutricional y a prácticas alimentarias no saludables, y tienen un acceso limitado a los servicios de salud.
El problema se vuelve aún más grave cuando se afronta una carga de morbilidad doble debido a que además de las ENT se suman enfermedades infecciosas y la desnutrición. Los ejemplos sobran y lamentablemente nuestro país no escapa de esta situación, debido a que han sido detectados graves problemas de desnutrición (como los casos conocidos en la comunidad wichi, al norte de nuestro país) y la cantidad creciente de casos de obesidad en los conglomerados urbanos, y barrios de emergencia.
En concreto, parece que el nuevo coronavirus supo aprovechar la epidemia de ENT, las que nos fueron (ni son) abordadas con la misma urgencia que al brote actual. Quizás porque al neoliberalismo le convino tener una población enferma durante décadas, generando ganancias extraordinarias a la industria farmacéutica, empobreciendo aún más a los países de la periferia, y no interviniendo en políticas de salud primaria, de prevención, que oportunamente son las más económicas de abordar. En concreto, lo que se ha dado en llamar necropolítica: en el mundo previo a la pandemia, la vida nunca se priorizó.
*Directora del Área de Salud CEG La Plata